Me despierto como a las 7 de la mañana con un rayo de sol que entra por el balcón. Me levanto para correr un poco la cortina pero al acercarme veo un magnífico espectáculo; el sol aparece tras las montañas y comienza a iluminar las casas de adobe marrones que quedan a los pies de la colina donde se haya el hotel. Impresionante. Pero es muy temprano todavía así que me vuelvo a la cama.
Las 8:30 es una hora más decente para empezar el día. Recogemos la habitación u bajamos a desayunar donde como el día anterior, nos está esperando el hombre sonriente.
Nos acompaña a nuestra mesa, le retira la silla a Caracola y empieza a traer comida. Tortilla francesa, pastillas (una especie de crepes cuadrados), fruta, tostadas… ¡Es el puto desayuno de «Médico de familia«!
Con energía como para escalar un 5.000, nos despedimos del señor sonriente que por supuesto nos acompaña al coche cargando las mochilas y abre la puerta a Caracola y no podemos evitar acordarnos del Mad Zebú, sitios totalmente fuera de lugar para su categoría… Deberíamos montar una sección de joya ocultas, pero de verdad, no como las de Lonely Planet que están llenas de turistas…
Comentando la idea, conducimos una hora hasta las Gargantas del Todra, nuestra siguiente parada. La guía comenta que se trata de un desfiladero que va recorriendo su camino junto a un río donde no hay apenas nadie y puedes hacer varias rutas de trekking. Recomiendan una circular de 3 horas, pero hoy tenemos un día largo de coche hasta el Sahara así que nos limitaremos a dar una vuelta por allí.
Cuando llegamos, nos reímos de la descripción de la guía. Un río, que desborda por la carretera (nada escandaloso) y decenas de coches y autobuses de turistas paseando por el desfiladero que no dejan avanzar con el coche. ¡Apenas nadie! 🤣
Aparcamos a Hasam en un aparcamiento perfectamente acondicionado y nos quedamos mirando como un grupo de 4 o 5 personas escala una de las paredes del desfiladero. Bueno, nosotros y unos 50 japoneses.
Cuando vemos coronar su objetivo nos damos un paseo junto al río que bordea las paredes del desfiladero. Al otro lado, por donde paseamos, puestos de ropa y artesanía nos acompañan casi todo el trayecto.
No nos está impresionando mucho la verdad, así que continuamos hasta salir de todo el mogollón de turistas. Cuando se acaba la carretera seguimos un poco más acompañados de un perro al que Caracola le ha hecho carantoñas. Aparecen un par más, uno de ellos cachorro con ganas de jugar que se acerca a una madre y una hija que van en sentido inverso al nuestro. El perro quiere jugar con la niña y su respuesta es coger una piedra para tirársela y que se aleje. ¡No nos gusta la postura del Islam con los perros! Resulta que el señor Mahoma no era demasiado fan y no se le ocurrió otra idea que decir que en aquella casa donde hubiera un perro no entrarían los ángeles. ¡Normal cara papa porque ya está el ángel dentro!
Entre dientes, maldecimos a la niña y a su madre y nos alejamos seguidos del perro y el cachorro que ha salido disparado a jugar con el que nos acompaña.
Mientras vamos viendo como juegan los perretes entrando y saliendo del riachuelo, llegamos hasta el otro extremo del camino buscando algún acceso hasta el palmeral que allí comienza. No encontramos nada fácil (tampoco buscamos demasiado) y mientras miramos a un or de mujeres que lavan la ropa en el río y piden dinero a los turistas que les sacamos fotos, Caracola ve un cartel en un pequeño local que indica que se venden postales. Como estamos en mitad de la nada, le parece buena idea que mandemos las postales desde allí, entre otras cosas para que la pesada sea Silvia Justo Pérez tenga su puñete es postal que nos OBLIGA a mandarle en cada viaje.
Por desgracia o por suerte, según se mire, solo venden las postales, así que como ya nos habíamos hecho a la idea vamos hasta un pequeño bar a tomar algo. Como no podemos escribir las postales le mandamos un vídeo a Sílvia para decirle que estamos buscando su dichosa postal y decirle que este viaje pasamos de ella. 😈
Terminamos nuestra parada con la sensación de que no son tan amables en esta zona como lo que hemos visto hasta ahora pero la verdad es que venimos condicionados. ¡El chico sonriente ha puesto el listón alto!
Nos quedan 3 horas de coche hasta nuestro siguiente destino: Merzouga. Se trata del pueblo más famoso que da entrada al Sahara negro a través de las dunas del Erg Chebbi.
El camino es aburrido. Rectas largas y paisajes desérticos que nos hacen recurrir a los podcast que hemos traído para escuchar. En uno de los cruces veo a la policía en uno de los cientos de controles que hemos visto. Aunque veo una señal de Stop continúo hasta la altura del control y allí el señor policía me echa el alto.
– ¿No has visto la señal de Stop? – me pregunta tras confirmar que hablaremos en inglés.
– Pues la verdad es que si pero pensaba que era para parar en el control – chapurreo medio acojonado porque voy conduciendo con mi papel de «he perdido el carnet y esto es lo único que tengo»
– «Pues hay un cruce».
Miro atrás y allí está. Un cruce perfecto, de esos de dos carreteras cruzándose en perfecta perpendicular. Por la de mi derecha se aproxima una camioneta de hecho.
– «Lo siento, no me multe usted señor policía marroquí» – le digo mientras voy buscando billetes.
– «Anda tira y ten más cuidado. Pásalo bien».
– «¡Gracias Don Policía!»
Sin mirar atrás salgo de allí impresionado por la amabilidad del tipo. Más allá de que no me haya multado, ni tan siquiera pedido ningún papel, fue muy amable todo el tiempo. Está claro que, al menos ahora, hay un proteccionismo al turista (o al menos eso me ha parecido durante todo el viaje).
Cuando comienzo a estar cansado, empiezo a divisar arena. A lo lejos se ven, unas montañas doradas, casi rosadas. Me animo con las ganas de llegar y verlas de cerca.
Ahí están, unas dunas que llegan hasta los 150 metros y que se extienden 22 kms. de norte a sur y con 5 kms. de anchura nos dan la bienvenida al Sahara. Justo delante las pequeñas poblaciones de Hassi Labied (que destaca por su palmeral), Khemliya (donde habita una población del África negra) y Merzouga, nuestro destino, que ha crecido mucho en los últimos años por el turismo u la agricultura.
El paisaje me encanta; los desiertos siempre me han llamado poderosamente y por suerte Caracola aún sigue dándome el gusto de acompañarme siempre que hay uno cerca.
Nuestro alojamiento es Chez Les Habitants. Se trata de una casa familiar que intenta mantener las costumbres y estilo sencillo de la zona que encontramos en el blog Regálate un viaje mientras buscábamos información de la ruta.
La casa está frente a las dunas, pero no vemos ningún cartel y no está justo en l carretera sino que tenemos que adentrarnos en un conjunto de casas desperdigada junto a una mezquita. El mapa del móvil parece que se pierde un poco, pero en un par de vueltas llegamos hasta la entrada de la casa donde en el parking nos recibe el dueño de la casa.
Con un apretón de manos nos da la bienvenida y nos acompaña dentro de la casa. Es un chaval joven con cara de buena gente.
Nos enseña la habitación en perfecto español donde dejamos las mochilas y nos pide que vayamos al salón donde nos servirá un té. Son las 16 de la tarde y hasta las 18:30 y no nos levantamos de allí. La conversación es maravillosa.
Ahmed, que es el nombre del chico, nos habla de la zona, de la historia del alojamiento pero sobre todo de la filosofía de vida tradicional del desierto que el ha adoptado por completo. Hablamos de la bondad, del karma, de como todo vuelve a ti, de la importancia relativa del dinero… Una conversación de esas con meollo, absolutamente inesperada y que disfrutamos mucho.
Cuando el sol comienza a caer, nos vamos a dar una vuelta a las dunas que están a 3 minutos caminando. El color dorado que vimos al llegar se ha vuelto naranja y parece inundarlo todo. Casi no me aguanto las ganas de pisar la arena y subir por aquellas dunas. El paisaje es impresionante, casi diría que más que en Wadi Rum. Aunque las dimensiones y la profundidad del desierto en la que nos encontramos no es comprable, el tamaño de las dunas que se pierde a lo lejos, te da una sensación de estar más en el desierto que en Jordania.
Subimos un par de dunas y nos sentamos a disfrutar de las vistas y ver cómo se pone el sol mientras dos madres y sus hijos pasan el rato a lo lejos, como si estuvieran en el parque. Los dromedarios a sus pies, acompañan convierten la imagen en casi una postal.
Cuando la noche empieza a caer, nos vamos de camino a casa de Ahmed. Aun falta un rato hasta las 21 que es la hora a la que quedamos con Ahmed para cenar así que nos vamos a la terraza de la casa y como podemos (no hay mucha luz) jugamos unas partidas de Rummikub mientras miramos el cielo lleno de estrellas.
Cuando Caracola me ha machacado en tres partidas seguidas, Ahmed nos avisa de que la cena está lista. Una tortilla bereber, y una ensalada es nuestro menú para dos, idéntico al de la mesa de al lado de cuatro personas. ¡Está claro que no los marroquíes no controlan nada las cantidades!
Con la imagen del desierto, nos vamos a la cama. Mañana iremos a dormir al desierto. Ahmed se ha encargado de todo. ¡Así da gusto!
Información práctica.
- Alojamiento Chez Les Habitants: 35€
- Cena + tés + aguas: 15€
- Excursión al desierto (todo incluido): 70€ (35€ por persona)