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África Marruecos (2019) Viajes

Día 4. Ait Benhaddou- Kasbah Amridil – Dedos de Mono – Tissadrine

Valentine el pétreo nos ha cogido un poco de cariñete, y parece que le caemos bien, así que nos recibe sonriente en el comedor para el desayuno. Somos los últimos y eso que son solo las 9h.Nuevamente tenemos un desayuno con el que podemos coger energías para hacer un tramo del camino De Santiago.

Valentine nos da un poco de conversación, y efectivamente, no es un tío jovial, es un tío seco, pero majo que hace su trabajo a la perfección y trata a los clientes correctamente y con respeto.

Pagamos la cuenta y charlamos un poco más con Valentine en la puerta que nos regala una botella de agua fría para el viaje y nos despedimos mientras un gatito juega con los cordones de las zapatillas de Oru. ¡Ya tenemos amiguete!

Dejamos atrás Ait Benhaddou para iniciar la Ruta de las Kasbahs, pasando por la carretera que atraviesa el Valle de las Rosas hacia Skura y El Valle del Dades.

Nuestra primera parada es la Kasbah más famosa; Kasbah Amridil, que aparece en los billetes de 50DH. En los de otros, claro porque como no podía ser de otra forma, nosotros sólo llevamos billetes nuevos en los que sale el hijo y unas palmeras, pero ni rastro de la Kasbah. Aún así, nos fiamos 😬

Nos tiramos un rato buscando la R704 que es por la que tenemos que ir y que es en realidad la N10, pero como todo, nos cuesta un rato averiguar que es por la que vamos. Todo controlado, podemos continuar. 🧐
Para llegar a Amridil tendremos que desviarnos un poco pero parece que es fácil llegar.  

Los carteles se suceden animando a la venta de toda clase de productos relacionados con rosas y argan, pero no vamos de compras, así que seguimos nuestro camino.

Alrededor de la Kasbah Amridil, también se puede visitar el Palmeral, protegido por la Unesco (la UNESCO se pasa el día protegiendo cosas, habría que ver en qué se basan…) y conocido también como el “oasis de las mil palmeras“. Mientras voy pegándome con la guia buscando las formas de acceder al palmeral para ver un trozo sin tener que invertir toda la mañana y sin tener que contratar un guía, llegamos a la puerta de la Kasbah.
¡Si es que Oru y Hasam son un gran tándem!

Apárcamos en la puerta como los señoritos y nos adentramos en la Kasbah nueva (la vieja y original está abierta al público, pero no hay nada que ver, están rehabilitándola).

El precio son 20DH por persona y puede acompañarte un guía en la puerta por un poco más. Además de su belleza, lo que hace especial a la Kasbah Amridil es que ha conservado casi en su integridad todos utensilios de labranza y aunque están colocados de forma un poco caótica para que podamos verlos la mayor parte por lo visto están aún en uso: muelas, lámparas de aceite, tinajas, cerrojos, morteros, ¡hasta una “olla a presión”! También hay un pequeño pozo que parece tiene aún agua.

En la parte baja se encuentran los árboles frutales y la zona destinada al ganado y los hornos y en la parte alta lo que parecen ser las alcobas. Todo hecho de adobe y adornado con dibujos.

Cada entrada a una habitación tiene puerta y cerradura de madera enorme troquelada, que aunque están bloqueadas, parecen en funcionamiento. Dentro de cada habitación las alcobas se comunican entre ellas formando pequeños laberintos.

En la habitación de la esposa preferida se puede ver un par de cofres. Y al otro lado de la construcción la Mezquita privada con las ventanas de forja donde vivía permanentemente el iman que enseñaba a los niños que vivían alli.

En conjunto muy recomendable, y aunque la construcción es todo lo fresca que se puede esperar tenemos un poco de sed, así que a la salida pasamos al Riad anexo, construido posteriormente, en el que estamos solos y es un remanso de paz.

Allí una mujer sonriente nos sirve unos zumos de naranja fresquitos y nos quedamos escuchando el sonido del agua y el trastear leve de las mujeres preparando el pan y otros alimentos en la cocina. Momento roto por un grupo de elefantes franceses, que son 6 pero parecen 59 y que llegan dando voces como si acabaran de ganar el mundial. Joder chavalotes, ¡relajaros que esto es (era) un remanso de paz!

Vemos el palmeral desde el Kasbah, porque somos así de vagos y retomamos a nuestro querido Hasam que nos espera más caliente que un cocido maragato en el mismo sitio que le dejamos.

No hemos pagado por el parking, y los niños que se han acercado educadamente se han alejado de la misma forma cuando les hemos dicho “no gracias”.

Luego me he sentido fatal, porque por lo visto, para que los autóctonos no malvendan las palmeras en el mercado negro cuando vienen mal dadas se ha creado una especie de escuela que intenta enseñar a las familias a fabricar utensilios y souvenirs con hojas de palmeras para la venta a los turistas y vecinos y así no tener que cargarse todas las palmeras de la zona.

¡Y yo no les he hecho ni caso! 😔

El Valle de las rosas es valle y tiene rosas, pero no tan valle como yo me esperaba, que básicamente pensaba en El Valle de Ordesa (Huesca) pero lleno de Rosas.
Vale, pues pensaba eso porque soy tonta y no me centro, porque ¿cómo iba a aparecerse de repente un valle así en medio de este secarral?

Kasbah Didis. No sé cómo hemos acabado en este hotel. Ha sido un cara o cruz. Pero tenemos miedo de habernos equivocado, así que hemos comprobado dos veces que es este el que habíamos reservado. Y así es.

Nada más llegar, un chico ha salido ha saludarnos todo sonriente, sin cara de propina, solo sonriente. Nos ha cogido las maletas en modo sí o sí y nos las ha subido a la habitación.

Nos ha enseñado nuestra habitación cuádruple, con terraza privada y nos ha servido un té en la terraza del hotel. (40€ la noche como la media de la zona con baño privado).

Hemos comido un sándwich, tónica habitual estos dos últimos días, porque con los desayunos de campeones que nos ponen y las cenas que nos metemos, comer algo ligero es misión imposible si no lo hacemos así.

Bajamos seguidos por la sonrisa del chico para todo y nos pide que le acompañemos. Habla poco inglés (por no decir que nada) y algo de francés, pero me atrevería a decir que justito.

Vamos con él y nos enseña la parte baja del hotel, allí hay una especie de muralla y ¡UNA PISCINA grande y limpia! ¿Cómo no he visto yo esto antes?

Tenemos que decir que no, porque nos vamos de paseito. Pero no te olvidamos piscina.

Esta zona del desierto de Marruecos es famosa por sus paisajes y por la hospitalidad de sus habitantes, los bereberes. Entre sus paisajes, destaca el conjunto rocoso llamado ‘Los dedos de los monos’ o ‘cerebro del Atlas’.

Tissadrine, por su parte, es un profundo barranco de muchos metros de desnivel en el que la que carretera serpentea para conectarse con el valle de Msemrir. De ahí su nombre, que se traduce como “serpiente”.

Por las fotos esperamos que sea una especie de “Transfagarasan” a lo marroquí, así que nos ponemos en marcha para conocerla y así yo pueda estar acojinada todo el camino. La piscina tendrá que esperar. 😝

Solo 15 km. nos separan de la Tissadrine, pero el camino es largo porque la carretera está hecha un asco. No pasa nada, así vamos lentos y podemos ver los pequeños pueblos que cruzan la carretera, los cuales apenas constan de unas 20 casas. A lo lejos se ven Kasbahs olvidados y no sé si la palabra es derruidos, porque más bien parecen volatilizados.

De repente las formaciones de nuestra derecha cambian. Se convierten en pequeños bultos verticales colocaditos, esto es lo que llaman aquí «Los dedos de mono», que no se por qué lo llaman así si los monos y nosotros tenemos las manos casi iguales. Podían haberlo llamado «Los dedos de humano».

En fin, que leer siempre es una gran elección y estas curiosas formaciones verticales reciben su nombre «Ait Arbi» por que en la zona hay muchos monos, así que los lugareños señalaron que los dedos de la montaña procedían de dicho animal. ¡Y por eso mi analogía no sirve de nada! 😬

Un par de todoterrenos con japoneses nos avisan de que estamos cerca del punto oficial para la foto en los Dedos de Mono. Pero no paramos, ya tenemos la nuestra no oficial y en ella no hay japoneses posando.

El río nos acompaña todo el camino. No lo vemos, pero sabemos que está por los árboles de la parte baja del cañón, bueno por los palmerales, más bien. ¡Qué listos somos a veces!

A ratos vemos los campamentos de bereberes nómadas acompañados de tiendas de campaña y animales que se apostan en la ribera Del Río. Al otro lado las altas y rojas montañas, aunque aquí dice que son rosas, pero rosas no son, supongo que las habrá nombrado un hombre de los que sólo ven en 16 colores.

Allí está. Delante nuestra se abre la Tissadrine que está en pleno asfaltado, es de agradecer, pero estamos en 2019, hubiera sido de agradecer ya en 1995.

Subimos al mirador, Hasam se está portando como un caballero y aunque se cuesta un poco en alguna curva cerrada llegamos arriba ¡con todos los tapacubos, que es lo más importante del coche!

La subida nos lleva poco más de 5 minutos; un poco decepcionante, es más, la foto que sacas desde arriba que la carretera en si, cualquier carretera de montaña leonesa le da 30 patadas a la recién nombrada por mi “culebrilla” esta.

Pero bueno, aquí está y ponemos un check en nuestra ruta.

Sospecho que él escritor de la Lonely Planet de esta edición era fácilmente impresionable o era su primera guía; ¡hay cosas a las que no hay que ponerle tanto énfasis buen hombre! Esto te lo cuenta Alí y ni te molestas en acercarte. 😉

Mientras Oru busca la foto perfecta yo me entretengo viendo la pasión marroquí que está sucediendo entre una joven no marroquí y un marroquí en la terraza de abajo. Un amor de esos fugaces, de magreo puro, prohibido. O al menos uno de ellos (él) no quiere que el tercer acompañante, otro marroquí, lo sepa. Ella va más feliz que una perdiz y él varios años mayor que ella, o varios años sin usar cremas con FPS, así como si nada. No veo que esto acabe en boda, chica… Te aviso ya, no te hagas ilusiones.

Con la telenovela de mi cabeza sin acabar bajamos la culebrilla desandando lo andado para darnos un chapuzón en la piscina con pinta aséptica del hotel.

Hay sol aún, así que corremos a ponernos el bañador. Yo tengo bikini y como veo que estos beréberes son poco modernos, me pongo una camiseta de tirantes encima. Y creo que es necesario en estos lares.

En cuanto bajamos el chico para todo sale volando para acompañarnos a la piscina, poner de nuevo la depuradora en marcha e indicarnos el camino (que no es complicado sólo hay que ir andando hasta el “bol” gigante de agua azul en medio del desierto que está en la entrada del hotel. Definitivamente este hombre se deshace en atenciones.

Pues en esos 5 minutos ha desaparecido el sol, pero como hace calorcito ¡al agua patos!

El agua está fría no, gélida (que es lo que usamos los viejunos en vez de decir “fría no, lo siguiente”) pero tenemos club de fans esperando vernos nadar cuál sirenos, así que nos metemos más por vergüenza que porque nos apetezca.

Oru aguanta lo que tarda en llegar de una escalera a la otra. Yo que he vuelto a mi elemento, aguanto un rato más notando como se deshincha el cuerpo de tanto calor.

Mientras estamos fatal leyendo, llega una pareja y nos vemos en la obligación de avisarles de que el agua no está tan estupenda como podría esperarse de una piscina en el desierto todo el día al sol. Él pasa de bañarse, pero ella ya se ha duchado y además de tener los mismos fans que nosotros esperando a verla entrar, ella nos tiene a nosotros esperando ver su reacción al agua. Ha dicho que es Sueca y ha tardado menos que Oru en salir. ¡Pues vaya sueca de pega! Yo pensé que todos los suecos se bañaban en hielo! 😂😂

Nos pedimos un té y practicamos nuevas fórmulas de jugar al Rumikuk, a lo loco y sin turnos, que nos hagan sentir más jóvenes, pero nada, nos encanta aunque siga siendo un juego de prejubilados.

Llegamos a la cena y nuestro hombre para todo nos trae la primera ensalada SIN pepino que seguramente comeré en todo el viaje. Pero trae dos, ¡Uy, ha colado! Era una.

Bueno, da igual por una vez hemos pedido algo normal para cenar y no es muy grande. Disfrutamos de nuestra pipirrana y llega la tortilla beréber, ya solo queda el pinchito de Oru y a cenar.

De repente el chico para todo llega con dos platos con 4 pinchos morunos cada uno y patatas fritas. ¡Ay coño, que solo era uno!

Esto si se lo decimos, pero no nos entiende, o si, o no. No, vamos que no nos entiende ni nos entendió cuando pedimos.

Así que resumiendo encima de la mesa tenemos:

  • 2 ensaladas
  • 1 tortilla para dos
  • 8 pinchos morunos
  • 2 raciones de patatas fritas
  • Pan

¿Otra vez a la porra la cena normal. En serio? En fin, ¡riquísimo todo claro! Y los pinchos, espectaculares.

Nos vamos a dormir, porque no tenemos cuerpo para hacer el pino puente!

Información importante.

    Kasbah Amridil: 2€
    Zumos Kasbah: 5€
    Hotel + Cena + Tés: 70€

Fotos.

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