A primera hora de la mañana nuestra intención era levantarnos e ir a dar una vuelta por Daytona Beach, pero leímos en la guía que era un pueblo dedicado a las carreras de coches y no decía nada demasiado bueno de sus playas, excepto que podías conducir por ellas pagando una módica cantidad de 5$, lo cual al Fernando Alonso que llevamos dentro tampoco es que le impactara demasiado. Sin embargo, el pueblo de St. Agustine, antigua colonia española y de hecho el primer asentamiento en USA de los españoles (allí fue donde empezamos a captar esclavos y matar indios), nos atrajo para visitarlo.
Nada más llegar, se nota que se trata de un asentamiento histórico. La ciudad, el centro, dista enormemente de los otros pueblos que hemos visitado. De hecho, la primera impresión que te llevas es la de estar en un parque de atracciones, dentro de un decorado de pueblo antiguo español. Aunque, no es tanto como un decorado, ocurre lo mismo que en cualquier centro de ciudad europea que se precie: todo son tiendas, bares y restaurantes que han ido ocupando las casas antiguas famosas para poner sus pequeños negocios.
Nosotros paramos en un barecito que fue el que más nos gustó, a tomarnos una cerveza. Se trataba del jardín de una antigua casa, donde se estaba realizando un minicutre desfile de modelos (cuando digo modelos, digo las más altas del pueblo y esto es lo mejor que puedo decir), donde presentaban los vestidos de las tiendas de la zona.
Apuramos la cerveza y nos pusimos en ruta para ver lo más significativo del pueblo: La Fuente De La Eterna Juventud. Resulta que cuando Ponce de León, el descubridor y primer gobernador de La Florida, que no era de León sino de Valladolid (tocate los cojones Mariloles, ahí lo llevas Raulito…) llegó a Florida en busca de la dichosa fuente, que al parecer sí que llego a descubrir, y que prometía, pues eso, eterna juventud. Como el tío la palmó como todos, es obvio que se trataba de un timo, pero que ha salvado el pueblo del olvido y ha permitido poner una floreciente industria turística, que es de lo que básicamente viven.
Desde el centro hasta la fuente se puede ir andando, aunque está un poco retirado y si te vas parando como hicimos nosotros, pues puedes tardar una horita fácil (para la vuelta tardamos 20 minutos más o menos). De camino a la fuente, paramos en el Castillo de San Marcos, un fuerte desde el que se defendía la ciudad de los piratas. La verdad, es que es fácil imaginarse los barcos en mitad de la pequeña bahía. De hecho, toda la ciudad está muy relacionada con el tema pirata, ya que al parecer eran muy habituales por estos lares.
El castillo no tiene mucho que ver, de hecho ni entramos dentro. Es un fuerte como otros muchos. Lo rodeamos y nos metimos por mitad de una urbanización de casas de madera donde se perdía el bullicio del centro, y salimos a la Misión del Nombre de Dios, el asentamiento donde Ponce de León pisó tierra y donde se ubica una enorme cruz como testigo. En el parque que lo rodea, está la capilla de Nuestra Señora De La Leche (brutal el nombre!!!!).
Caracola me apunta «Sería de la mala leche que me pone que levanten homenajes a los «niños» (se abortan células, no niños!) víctimas del aborto. No pienso entrar en estos temas, pero no había ninguno dedicado a los niños víctimas del SIDA por la imposibilidad del acceso a preservativos. Ya sabéis, Caracola PRO-VIDA-DIGNA»
Después de esto, nos fuimos ya para la fuente. La entrada de 8$ te dejaba tomar un vasito de agua de la eterna juventud y ver los distintos museos que habían montado (super cutres, por cierto…) así como una demostración de como funcionaban los cañones y demás artilugios piratas (que estuvo bastante bien. El sonido de un cañón es la ostia!)
Tras ver la demostración fuimos a beber de la fuente. ¡Que asco! Resulta que los tíos te dan el dichoso vaso directamente del pozo y sabe a cloaca total!!!!! Bueno, esperemos que al menos haga algo de efecto, aunque no nos hace mucha falta, jeje.
A la salida, en la tienda de souvenirs, te vendían botellas de agua y fijándonos, resulta que los mamones, esa que venden, la filtran para que no sepa mal. ¡Coño, cabrón filtra también la que cobras a 8$! En fin…
De vuelta al centro, pasamos por la puerta del museo de lo increíble «Belive it or not» (como me gusta esa frase) pero como ya era tarde y había hambre, fuimos en busca de una pizzería que recomendaban en la guía de Lonely Planet y que estaba realmente buena.
Tras saciar el hambre, cogimos el coche dirección a Cocoa Beach, playa famosa por dos motivos. Uno, por que está al lado de Cabo Cañaveral y dos por que hay unas olas de puta madre para los surfistas. Así que nada más llegar a Cocoa, tiramos directamente para la playa. El acceso prometía porque estaba lleno de bares con gente tocando en directo y con bastantes surfistas y moteros poniendose ciegos. Lo que no sabíamos es que ya venían ciegos de la playa, y es que la estaba llena de latas de cerveza y bastante sucia la verdad. De hecho, es que hasta olía mal.
Así que tras darnos un baño medio rápido (había muchas olas y el mar estaba bastante revuelto) nos fuimos hacia el hotel a tirarnos a la piscina y vestirnos para irnos al Bowling, algo que teníamos pendiente del año pasado y que no queríamos dejar pasar en este viaje: ¡jugar en una auténtica bolera americana! Caracola ya había estado en una bolera pero NO había jugado!! como puede ser eso?? así que me propuse darle una paliza delante de una cervecita y unos nachos…